La Princesa Samanta

Este cuento comienza como la típica historia de cuentos de hadas. Una hermosa princesa que asiste a un baile en el palacio y cuando se da cuenta de la hora sale corriendo y pierde un zapato.
Pero, y aquí está el cambio en la historia, el zapato perdido casi, casi que no vuelve a su dueña.
¿Queres saber qué paso?
Cuando el príncipe seguía a Samanta en su huida por el palacio y encontró el zapatito olvidado, el olor a pata lo desmayó. Cuando abrió los ojos de nuevo dudo en tomar otra vez el zapato, pero recordó el dulce rostro de Samanta, su sonrisa y el hermoso baile que habían compartido. Tomando su espada levantó el zapato con la punta y lo puso bien lejos de su nariz. Algo tenía que hacer. Ir con ese zapato por todo el pueblo sería imposible. La gente no lo dejaría entrar a sus casas y ni pensar en que alguna bella dama quisiera probárselo.
Al príncipe se le ocurrió una idea. Iría hasta la cabaña del viejo mago y le pediría que hiciera una poción que eliminara tan feo olor del zapato y luego le pediría que lo acompañara en la búsqueda de su amada princesa. Así cuando la encontrara con la poción  o con algún otro hechizo el mago podría hacer que los pies de la princesa no olieran tan feo.
Llegó a la cabaña del mago Alberto cuando estaba cayendo el sol. Le comentó enseguida lo que necesitaba y el mago puso manos a la obra. Mezcló unas hierbas, unas patas de araña y unas uñas de gato. Y cuando la poción  estuvo lista sumergió el zapato y lo saco al instante con un perfume a rosas y jazmines.
¡Genial!, pensó el príncipe Franco. Ahora sólo es cuestión de encontrar a mi amada.
Juntos recorrieron el pueblo sin éxito. El zapato no le entraba a cualquiera y a quienes le entraba Franco sabía que no eran la princesa o porque eran demasiado viejas o demasiado jóvenes.
Casi cuando estaban por desistir de la tarea y el día empezaba  de nuevo a nacer vieron una vieja granja. Una joven muy hermosa salía de la casa para ordeñar las vacas. La miraron de lejos y vieron que iba descalza y a pesar de ello iba sonriendo.
El príncipe la llamo dos veces y Samanta se detuvo. Al instante sus mejillas se sonrojaron y sus ojos marrones brillaron.
—¡Oh! Bella princesa. Te olvidaste tu zapato. Te lo he traído. ¿Me dejas probártelo?— dijo Franco.
Samanta abrió los ojos muy grandes. Franco tenía su zapato en la mano y no sostenía su nariz para no sentir el olor ni se había desmayado.
Se sentó en un tronco de árbol y no fue necesario que el príncipe le probara el zapato. Cuando Samanta levanto su pie hasta el mago se mareo con el olor.
—¡Ay! Mi princesa,  ¿Qué es ese olor que de tus pies emana?
—¡Oh! Príncipe mío, perdóname es que me han hechizado. Una mañana hace tiempo ya, mientras sembraba en mi granja lindas flores para la primavera iba descalza bailando. Me encanta sentir la tierra bajo mis pies. Como te decía esa mañana mientras hacía mis tareas feliz una bruja paso con su escoba y me vio bailando. Me dijo que el baile solo se debe hacer calzada y que si tanto me gustaba estar descalza mis pies olerían siempre a chiquero para recordarme que bailar sobre la tierra sin zapatos no estaba bien. Me apuntó con su varita y dijo muy fuerte: “Samanta, Samanta tus pies tienen un olor que espanta”. Y desde ese día mis pies han tenido olor a pata.
El mago Alberto que escuchaba atentamente la historia sacó de su bolsito un poco de la poción que había hecho antes para el zapato y la echó de a poco sobre los pies de Samanta diciendo “Samanta, Samanta la que tiene pies con un olor que espanta. Ahora con esta poción y sin palabras pomposas haré que tus pies huelan siempre a rosas”.
Y los pies de Samanta ya no tuvieron feo olor y el príncipe Franco se sacó los zapatos y bailaron sobre la tierra hasta que se cansaron.

Después volvieron los tres al castillo del príncipe para avisarles a todos que había encontrado una princesa para casarse a la que le gustaba bailar descalza y cuyos pies olían a rosas.

Comentarios

Entradas populares