El Viaje
Estaba cansada de caminar. Había recorrido mucho desde
su casa, por lugares oscuros y ocultos. Siempre alerta, siempre vigilante. Pero
aunque ahora estaba en el túnel más oscuro y empinado que había visto, y que el
suelo fangoso bajo sus pies parecía impregnar con aromas nauseabundos todo su
cuerpo, seguía adelante. Confiaba ciegamente en que hallaría lo que necesitaba,
que encontraría alimento.
La cerrada oscuridad del túnel comenzó a corromperse.
Los negros absolutos se fueron destiñendo en grises. Más adelante había una
salida. Más adelante había luz, había esperanza. Escuchó atenta para descubrir
cualquier peligro. En estos tiempos los peligros abundan en todas formas,
algunas silenciosas. Confió en sus instintos y salió del túnel. Una luz
amarillenta bañó todo su cuerpo y corrió excitada a esconderse debajo de algo. Un aroma agrio encauzó sus sentidos alterados. Por momentos sigilosa
y por otros distraída, caminó hacia aquel olor que despertaba en ella el deseo,
el hambre. Subió con dificultad una ladera resbalosa y blanca. Hizo cumbre y su
alegría no pudo ser mayor. Allí en la meseta que aparecía ante sus ojos yacía a
montones, gratuitamente desparramada, comida. Dejó de lado la cautela y avanzó
deprisa hacia el primer montón. Sus movimientos se aceleraron y su boca se llenó
de satisfacción. Por fin, después de tanto tiempo, después de tanto caminar, de
tantas penurias aparecía para ella, como el jardín del edén mismo, esta meseta
llena de comida, con delicias que no reconocía, pero que su estómago se alegraba
de poder probar.
El grito rompió el sagrado silencio. Sus sentidos
entraron en acción instantáneamente. El pánico la invadió. Había algo o alguien
que la amenazaba. Se había distraído y ahora estaba en peligro. Corrió
desesperada sin saber desde donde vendría el ataque. Bajó casi rodando la
ladera resbalosa, quiso protegerse pegándose a una pared, y allí vino el primer
ataque. Algo había hecho contacto con el suelo a escasos centímetros suyo y
había levantado vuelo nuevamente. Ni un rasguño, sólo un corazón que latía
hasta casi salirse del pecho. Sus ojos buscaban desesperadamente un refugio
hasta que diviso la entrada del túnel. Estaba cruzando un claro. No había dónde
esconderse. Era riesgoso aventurarse, pero también era insoportable la espera
del ataque allí donde estaba. Decidió correr. Sus piernas se movían ágilmente
mientras escuchaba aquellos gritos, aquellos alaridos aterradores que se
acercaban a ella. Estaba cerca, tomaba caminos zigzagueantes para evitar un
ataque directo. Faltaba poco, ya la oscuridad penetrante del túnel se hacía más
grande en el horizonte. Ya olía los mismos olores nauseabundos que la habían
acompañado todo el viaje. Corría el último tramo cuando vio que la luz
desaparecía, sintió un impacto sordo y sus vísceras se esparcieron por el
suelo. Alzó los ojos mientras la agonía parecía hacerse eterna. Nuevamente el
cielo se oscureció, nuevamente, como mazo sólido, algo cayo sobre ella
aplastando su cuerpo, extinguiendo su hambre, terminando con su vida. Definitivamente
la luz se apago en sus ojos y su cuerpo quedo tendido en la tierra.
Los gritos cesaron, el nerviosismo del ambiente se
disolvió. La mujer ya no tenía miedo. La cucaracha por fin había muerto.
Exelente relato Kenoa. Ese final no me lo esperaba. Pobre cucaracha, ja ja.
ResponderEliminarFelicidades por tu blog. Saludos.